martes 26  de  agosto 2025
ANÁLISIS

Ni pajaritos preñados ni pompas de jabón

El propio aparato de seguridad de EE.UU alinea doctrina y presupuesto. América primero es la consigna, y luego, América para los americanos. No son pajaritos preñados

Diario las Américas | ORLANDO VIERA-BLANCO
Por ORLANDO VIERA-BLANCO

Es una movilización militar significativa. En el debate sobre Venezuela, suele escucharse que las amenazas de intervención militar de EEUU o la calificación de “narco-Estado” no pasan de ser retórica, bravatas o, como se dice popularmente, “pajaritos preñados”. Sin embargo, el registro histórico y la lógica de la política exterior norteamericana indican que esas aseveraciones no deben desestimarse como meras exageraciones.

El peso de la palabra oficial, la diplomacia y el ajedrez.

Cuando una fiscal general de EEUU declara públicamente que Venezuela constituye un narco-Estado, no se trata de un simple calificativo político, sino de una calificación jurídico-penal internacional. Es el mismo lenguaje utilizado contra regímenes como el de Manuel Noriega en Panamá o carteles protegidos por gobiernos frágiles en Centroamérica. En otras palabras, no es una narrativa al azar: es la construcción de un expediente que habilita acciones judiciales, diplomáticas, militares y estratégicas.

De igual modo, cuando figuras como el Secretario del Departamento de Estado Marco Rubio afirman que Maduro es un objetivo militar o cuando el presidente Donald Trump dice que “la opción militar está sobre la mesa”, no se trata de frases improvisadas, sino de mensajes estratégicos dirigidos: i.-Al régimen de Caracas, para transmitir que las sanciones no son el techo de la presión; ii.-A los aliados de Washington, para preparar el terreno a eventuales coaliciones multilaterales de aislamiento; iii.- A la oposición venezolana y a la diáspora, para sostener la moral y la expectativa que el status quo no es indefinido.

Por su parte, el mensaje de Maria Corina Machado no es casual. Está en perfecta sintonía con la política exterior de la Casa Blanca, por lo que los eventos no sólo están en pleno desarrollo, sino en plena organización.

“En política internacional, las palabras pesan más que las balas; pero si las balas se disparan, suelen haber sido anunciadas por palabras.” [George Kennan] Ya lo decía Churchill, la guerra de palabras precede la guerra de cañones…y la evita.

El error de la ligereza. El discurso de Cipriano Castro: ¿Qué busca Maduro?

Decir que Estados Unidos, cuando habla de “opción militar”, “narco-Estado” o “objetivo militar”, está fantaseando con “pajaritos preñados” es subestimar cómo opera la política exterior norteamericana. Las palabras de un fiscal general, de un presidente o de un senador influyente no son improvisaciones, son hechos [Dixit Lenin]. Son piezas de un guión de presión progresiva que ha tenido desenlaces concretos en la historia reciente de la región.

El primero que acusa recibo de esa disuasión estratégica, es Maduro, quién “responde” a sus circunstancias con un discurso en el palacio legislativo, citando un texto de Cipriano Castro. A muchos les pareció “una despedida”. A otros una similitud histórica inapropiada por distante a la realidad [1902 vs.2025] y a los actores enfrentados. Cuando Castro lanzó aquella proclama patriótica de “Soberanía y Paz” contra la profanación insolente del enemigo extranjero, estaba rodeado de buques europeos y quien salió en su “defensa” fue un presidente Norteamericano: Roosevelt y su canciller John Hay, quienes invocan la doctrina Monroe [1823/América para los americanos].

Hoy la situación es a la inversa. Quién lo cerca es EE.UU y su propósito es abonar el camino para una alianza regional, incluyendo a Europa, en aras una transición política en Venezuela, al tiempo de prevenir y vigilar el tráfico de drogas.

Pero no subestimemos el mensaje de Maduro. Parafrasea el discurso de Castro, apelando a desprendimientos morales y tácticos como “estoy dispuesto a la separación a mi vida privada, sin las nostalgias del poder”, o la promesa “de abrir las puertas de todas las cárceles de la república para los detenidos políticos”. Una verbalización que pretende “poner de lado la hostilidad”, a cambio que el imperio-según sugiere-deponga la suya. Sin duda hay temor. [Maduro] no renuncia, dimite o abre las puertas de los presos políticos [por cierto, reconociendo que tiene el poder para hacerlo] a menos que medie una negociación: cese del cerco militar, de recompensas y garantías recíprocas.

A lo interno se muestra “rodilla en tierra”, defensor de una soberanía que no existe y abanderado de la paz, que sólo pretende sea la propia. Desliza los riesgos [a camaradas perplejos] de su partida “a la vida privada”. Sorprende a Tirios y Troyanos. Nadie en el régimen está a salvo, si decide “sacrificarlo todo, TODO-sic-hasta lo que podría llamarse nuestros resentimientos por razón de nuestras diferencias intestinas”. ¿Huye hacia adelante?

El tema es que frente a la dimensión de la fuerza desplegada por EE.UU y la categorización de los delitos, un ex presidente venezolano refranero [Luis Herrera Campins] le diría: tarde piaste pajarito. Un fiscal general no califica de “narco-Estado” para adornar un discurso, ni esa acusación se responde con promesas líricas empotradas en historias que no aplican. Los aliados de Washington, además, preparan consensos regionales. Por cierto, notorio observar como Brasil [Lula] y Colombia [Petro] se desmarcan. La oposición venezolana y la diáspora, mantienen la expectativa que la impunidad no es indefinida. Liberan algunos presos políticos en señal que lo dicho tiene escala. Una “gesta” que es insuficiente y por cierto, no borra los crímenes de lesa humanidad perpetrados.

El propio aparato de seguridad de EE.UU alinea doctrina y presupuesto. América primero es la consigna, y luego, América para los americanos. No son pajaritos preñados.

Ecos de una historia que no se repite. Se ajusta.

La historia enseña que la retórica estadounidense rara vez queda en el vacío: más bien anticipa medidas concretas, adaptadas a cada circunstancia.

Pensar en Irak o Afganistán es un error de categoría. La estrategia contra Venezuela no apunta a una ocupación masiva, sino a una aproximación forzosa, un cerco escalonado que combina: 1.-Cercos marítimos y aéreos: despliegue de destructores, guardacostas y patrullas aéreas en el Caribe para bloquear las rutas de cocaína, oro y armas que financian al régimen; 2.-Operaciones especiales limitadas: acciones puntuales contra individuos claves del régimen vinculados al narcotráfico replicando fórmulas usadas en Centroamérica; 3.-Interdicción financiera global: persecución del lavado de activos, testaferros y compañías fachada en Europa, Asia y América Latina; 4.-Judicialización internacional: acusaciones formales, órdenes de captura, recompensas y uso de tribunales federales para transformar al chavismo en una organización criminal, no en un gobierno soberano; 5.-Diplomacia coercitiva: aislamiento en OEA, ONU y foros multilaterales, reforzado por maniobras militares y declaraciones desde el Comando Sur.

Todo esto se inserta en la denominada doctrina de “máxima presión” o ajustada a “máxima disuasión”. El caso de Panamá [1989] es ilustrativo en su génesis, pero no es un escenario que se reeditará al calco. La secuencia fue primero el expediente penal contra Noriega, luego el aislamiento económico y diplomático, finalmente la acción militar. Nadie en 1987 o 1988 imaginaba que Washington desembarcaría en Ciudad de Panamá. Cuando ocurrió, la narrativa estaba preparada y el consenso, consolidado. Mutatis mutandi esta secuencia se aplicó a otros teatros: Somalia, Haití, Libia. Pero Venezuela es otra historia…

En Venezuela el planteamiento no es ocupar territorio ni intervenir por la fuerza masivamente. El cálculo es más complejo por el petróleo, la geopolítica, la necesidad de una transición no sólo ordenada sino vigilada y sostenible, garantizar el retorno de gran parte de una diáspora con más de 8 millones de personas, y fundamental: alcanzar gobernanza y estabilidad en las primeras horas de un eventual cambio político. Esta tarea es nuestra.

El objetivo de Washington no es ondear la bandera en Caracas. Es forzar un cambio de conducta o de liderazgo. Se trata de enviar un mensaje simple: la cúpula gobernante no puede aspirar a impunidad ilimitada. La narrativa penal no es reversible. La amenaza militar no es descartable.

Como en una partida de ajedrez, EE.UU no mueve sus piezas para dar jaque mate en dos jugadas, sino para ir estrechando el tablero. La citada presión financiera, interdicción marítima, amenaza de sanciones secundarias y la exposición penal personal obligan a los jugadores internos a reconsiderar su lealtad al régimen.

No son cuentos. No son jilgueros: son Guacamayas

El error sería leer estas señales como ruido o como promesas vacías. En realidad son parte de una política pública en marcha que ya está debilitando al régimen en frentes simultáneos: financiero, diplomático, logístico y judicial. La pregunta no es si habrá o no tanques en Caracas, sino qué tan lejos está dispuesto a llegar Washington en su cerco incremental.

El chavismo—como Noriega en su momento—no puede subestimar la gravedad de estas palabras. De hecho los discursos en la Asamblea Nacional, Miraflores o Fuerte Tiuna, predicadores de “soberanía y paz” tienen que ver hacia un horizonte a pocas millas náuticas: Hay guacamayas en el Caribe. No son jilgueros. Son operaciones y objetivos muy estudiados. Responder con amenazas, displicencia y coma alta, no es buena idea.

El objetivo de Washington no necesariamente es invadir Caracas y colocar un nuevo gobierno, sino forzar al régimen a una transición controlada bajo presión múltiple. El primero en no subestimar la seriedad con la que EE.UU. despliega sus fuerzas, es el régimen, Cuba y el resto de sus aliados. No es una confrontación clásica, pero sí una forma de intervención gradual y multifacética, donde la diplomacia coercitiva, los intereses geopolíticos y el poder militar se entrelazan.

Mensaje al frente diplomático. No son antojos.

Cuando Christopher Landau-Subsecretario del Departamento de Estado dice que “EE. UU. no intervendrá militarmente en Venezuela, ni puede cambiar gobiernos a su antojo”, lo que está haciendo es reafirmar la doctrina oficial de no intervención para consumo de la comunidad internacional y de aliados europeos/latinoamericanos que temen un “nuevo Irak” en el hemisferio. Washington cuida mucho su narrativa de legitimidad, evitando dar la impresión de que busca imponer un gobierno por la fuerza.

Landau no está descartando el uso de herramientas coercitivas. Lo que descarta es una intervención clásica —es decir, invasión o cambio de régimen impuesto desde afuera. Esto es coherente con la práctica reciente: EE.UU rara vez ocupa países hoy en día, pero sí despliega estrategias como lo citado: “aproximación forzosa”. En otras palabras [Landau] rechaza el “cambio de gobierno por antojo”, pero no el uso de presión y fuerza limitada para forzar condiciones que lleven a una transición negociada desde adentro.

El mensaje también va dirigido a la oposición: no esperen marines en Caracas. La presión internacional es un factor de apoyo, pero el motor de la transición debe ser interno (fuerzas sociales, militares, partidos, diáspora). Es una manera de evitar el “síndrome de la espera” donde todo queda supeditado a Washington.

Al mismo tiempo, Landau reduce la narrativa del chavismo de que “EE.UU planea invadirnos”. Decir públicamente que no habrá intervención clásica le resta fuerza a ese argumento, pero mantiene abiertas las otras formas de coerción. En suma, no hay contradicción entre Trump diciendo que la opción militar estaba sobre la mesa y Landau diciendo que EE.UU no cambia gobiernos a su antojo. Existe una coherencia estratégica de máxima disuasión.

El presidente Trump apela a órdenes ejecutivas sancionadoras y de aproximación forzosa. El Sub-secretario Landau aclara el marco político-diplomático: EE.UU no será un invasor, pero sí un actor que cercará al régimen hasta que no tenga salida. Landau expresó el límite político y legal de EE.UU (“no imponemos gobiernos por capricho”), mientras que el Presidente Trump, el Sec. Dpto. de Estado, Rubio y la Fiscal expresan, “no descartamos que usemos fuerza sí nos obligan”.

Venezuela atraviesa el momento más crítico y álgido de sus últimos 25 años. No son pajaritos preñados ni pompas de jabón. Son hechos. El desenlace no depende de un actor externo. Depende de nosotros a lo interno. Maria Corina hace lo propio.

Ojalá llegado el momento, no caigamos en la fragmentación, la ruptura recurrente, la indisciplina, la exclusión y el abandono, es decir, el síndrome de la cabra que salta pal’ monte [ergo 11-A, elecciones Capriles-Chávez; Capriles-Maduro o muerte del Gobierno Interino] que convierte la victoria en derrota por desunión e improvisación. La suerte está echada. Sepamos-con sentido de los tiempos-aprovechar, interpretar y comprender estos nuevos tiempos [Dixit San Agustín]. .

@ovierablanco

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