Sinfonía y delirio en “Mad Max: Fury Road”

Ya sé que por ahí andan, además de la propia The Revenant, otras películas admirables. Pero estamos hablando de algo fuera de serie. Es cine sinfónico en su sentido más amplio, con ingredientes de acción y drama, de road movie en tono de épica posmoderna y hasta de música. Aunque el tema más visible es la lucha por la supervivencia después del Apocalipsis, hay mucho del coraje de la mujer en la sociedad, de las trampas del mesianismo y de la naturaleza humana puesta a prueba en situaciones límite. Lo impresionante es que en cada línea se nutre de lo mejor, y no con palabras, sino con acciones.

Esa acción, por ejemplo, tiene mucho de Cirque du Soleil: en las persecuciones de los protagonistas, encabezados por Imperator Furiosa (Charlize Theron) y Max (Hardy), la pirotecnia de las explosiones y los carros volcándose es el telón de fondo de unos guerreros que se mueven de un lado a otro de la escena aferrados a las puntas de pértigas inmensas. A través de escotillas bien colocadas en las cabinas de cada vehículo, estos personajes entran en escena deux ex machina y atrapan doncellas o apuñalan adversarios para irse de vuelta, o al menos intentarlo, con la misma rapidez con la que aparecieron. Y es que, ahí al lado, otro war boy acciona el contrapeso en la parte trasera de un camión que viaja a la misma velocidad de los que huyen. Además de ser un espectáculo impresionante, nada habla más de esa desolación, de esa beligerancia y de esa vuelta a los orígenes en el futuro apocalíptico imaginado por Miller que un arma primitiva.  Sólo que los contrapesos son motores desechados, y así se completa la alegoría perfecta.

Cada carro es un collage con lo más delirante de esa cultura de carrocerías y partes reunidas en un vehículo/pieza única que termina siendo un alarde de monstruosidad. Todos, incluyendo los que parecen erizos rodantes, fueron diseñados por Colin Gibson, a quien Miller le dijo: “Si no los haces cool, te mato”. No sólo los hizo cool: los hizo funcionales. Lo que vemos en pantalla son los carros movidos por sus motores. Solamente se sustituyen por imágenes digitales cuando van a estrellarse contra una roca o cuando la escena es tan riesgosa que ni los dobles deben ser expuestos a tanto peligro. No olvidar que este director es el mismo que hizo Babe y el animado Happy Feet. De hecho, en algún momento de la incertidumbre que hubo antes de que apareciera el dinero para producir Fury Road, Miller consideró hacerla en animación computarizada.  Por suerte tuvo paciencia.

¿Y qué me dicen de ese otro carro lleno de bocinas donde va un músico de heavy metal, cuya guitarra despide fuego por la punta? En la parte trasera, varios hombres tocan los tambores que llaman a la guerra. Para colmo, en algún momento Max salta sobre el vehículo, quita de en medio al guitarrista, que es ciego -el nombre del personaje es Coma Doof Warrior-, y apenas salta hacia el otro, Doof recupera la guitarra y sigue tocando.  Pocas veces el cine de acción tiene momentos de comedia tan estupendos. La última vez que vi esa idea de que los intérpretes de la música del filme entren en escena fue en The Grand Budapest Hotel, y no estaba mal. Pero aquí nunca se llega a saber -y lo digo con admiración- si Miller quería aprovechar el recurso o burlarse de él.

Si Star Wars creó toda una cultura paralela desde el principio, la serie de Mad Max nunca lo había logrado tanto como ahora con Fury Road. Tengo primera fila para la próxima: Mad Max: The Wasteland.