lunes 16  de  septiembre 2024
PERIODISTA Y ESCRITOR SATÍRICO

La rara habilidad de irse

En política, como cuando se visita casa ajena, lo más importante es saber marcharse. Algunos invitados tienen la costumbre de extender su charla hasta altas horas de la noche, sin preocuparse por el descanso de sus anfitriones. Se trata de tipos peligrosos, que sólo se escuchan a sí mismos, y que se hacen los sordos cuando alguien sugiere que tal vez ha llegado la hora de zanjar la cena. A estos comensales lo que hay que hacer es no invitarlos a casa, o quemarlos con la sopa, o sacudirlos por la ventana. Y si ya es demasiado tarde, siempre puedes probar a pisarles los zapatos. 

Diario las Américas | ITXU DÍAZ
Por ITXU DÍAZ

En política, como cuando se visita casa ajena, lo más importante es saber marcharse. Algunos invitados tienen la costumbre de extender su charla hasta altas horas de la noche, sin preocuparse por el descanso de sus anfitriones. Se trata de tipos peligrosos, que sólo se escuchan a sí mismos, y que se hacen los sordos cuando alguien sugiere que tal vez ha llegado la hora de zanjar la cena. A estos comensales lo que hay que hacer es no invitarlos a casa, o quemarlos con la sopa, o sacudirlos por la ventana. Y si ya es demasiado tarde, siempre puedes probar a pisarles los zapatos. Casi todos los invitados comprenden que ha llegado la hora de irse cuando los anfitriones, sin mediar palabra, comienzan a pisarles los zapatos con entusiasmo. Algo así parecen pedirnos esos políticos que se aferran a su cargo durante décadas, incluso bajo el más bochornoso de los escándalos. Nada más admirable que un político pronunciando su discurso de despedida. Nada más bello que un cargo político pronunciando la palabra “adiós”, cima de la célebre poesía de dimisiones en lengua española.

Reino Unido conserva –observen la habilidad del articulista en este veladísimo guiño al grupo liderado por Cameron- algo de esa educación antigua que nos recuerda que hubo un tiempo en el que además de serlo había que parecerlo. Después la moda fue parecerlo sin serlo, y hoy se premia ser un sinvergüenza, un tirano, o un bandolero, y además parecerlo de la forma más ostensible. Sorprende que a pesar de todo aún queden hombres capaces de irse a casa. Quedan políticos, en algún rincón del mundo, capaces de admitir el fracaso y respetar las más básicas coordenadas de la educación democrática, dejando su cargo tal y como lo encontraron al llegar, y saliendo sin hacer ruido por la puerta de atrás. 

Tras las últimas elecciones británicas todo el mundo esperaba una dimisión masiva de sociólogos. Es difícil demostrar peor conocimiento de la realidad de un país, cocinar las cifras de ese mismo desconocimiento con tan poco atino, y finalmente hacer un ridículo tan inmenso delante de todo el mundo, compartiendo vergüenza con decenas de periodistas que, como es británica tradición, estuvieron encantados de agigantar unas predicciones que parecían más bien meteorológicas. Sin embargo, los primeros en marcharse a casa no han sido los sociólogos sino los candidatos derrotados en la jornada electoral. Es indiscutible que Cameron ha ganado las elecciones. Y eso solo significa que una mayoría de ciudadanos le ha votado para que siga siendo su representante, descartando que lo sea Miliband, Clegg o Farage. Por eso estos tres han dado una lección al mundo presentando su dimisión poco después de conocerse el resultado.

El futuro del político retirado no es tan malo. La jardinería es un arte apasionante. La filatelia, excepto en lugares demasiado ventilados, sigue siendo un deporte divertidísimo, en el que la paciencia y la cultura se abrazan y bailan un vals. Y luego está lo de preguntarle cosas a Google, que es lo que hacen la mayor parte de los internautas cuando se aburren. El retiro acerca al político a la gente de la calle, que es esa gente que citan siempre los periódicos pero nadie exactamente quién es, ni cuánta es. Sólo se sabe que están en la calle, que son los únicos que tienen problemas, y que los políticos que gobiernan son incapaces de resolverlos.

Alguien ha extendido que dimitir es un acto de cobardía, cuando en realidad solo está al alcance de valientes. Europa es continente de pocas dimisiones, y en España, la dimisión es un mal a erradicar. La plaga está casi aniquilada. Ahora los cargos son vitalicios. Especialmente los de la oposición. Cuantas más elecciones pierde un candidato, más se siente respaldado, y con más ahínco lo reafirma en su cargo el líder de su partido. La teoría política que triunfa en España asegura que, para ganar una vez, hay que perder tres antes. Gracias a ella tenemos candidatos que son perdedores natos, verdaderos artesanos de la debacle electoral, capaces de perder elecciones incluso cuando no se presentan.

Desde hoy media Europa mirará a Miliband, Clegg o Farage como si fueran extraterrestres, o incluso como si fueran tontos. Pero no olvidaremos su gesto. Al fin y al cabo, el mundo sería un lugar mejor si la mayor parte de los políticos pusieran todo su empeño en soltar el cargo, sacar las manazas del presupuesto, y marcharse a casa sin haber robado demasiado en el camino.

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