lunes 8  de  diciembre 2025
OPINIÓN

Azúcar, que la negra tiene tumbao: Celia Cruz, eterna reina de Cuba

A Celia Cruz la conocimos mi hermana y yo en Madrid, allá por el año 1995, durante un especial de fin de año de Televisión Española

Diario las Américas | YALIL GUERRA
Por YALIL GUERRA

No creo tener suficientes palabras para hablar de Celia Cruz, esa artista cubana y universal que supo llevar su bandera y su escudo a cada rincón del planeta. Representó siempre a la Cuba que dejó atrás, una nostalgia que jamás abandonó su corazón, como ocurre con tantos que viven en el exilio. Su voz, su risa y su grito contagioso, ese “¡Azúcar!” que ya forma parte de nuestra identidad colectiva, siguen siendo un símbolo de resistencia cultural, alegría y cubanía en estado puro.

Quimbara: un himno generacional

“Quimbara”, canción inmortalizada por la gran reina, ha trascendido décadas y fronteras. Para mi hermana Yamila Guerra y para mí, esta pieza se ha convertido casi en un ritual. La interpretamos en múltiples escenarios desde hace años, como preludio a nuestras presentaciones, y se ha demostrado infalible. En Spotify, esta canción continúa siendo una de las más escuchadas del repertorio de Celia, acumulando ya más de 115 millones de reproducciones. Nada mal para una canción nacida en la década de los 70 y que, sin embargo, suena cada vez más fresca.

Ese es el misterio Celia: la inagotable capacidad de permanecer vigente. Canción tras canción, década tras década, ha logrado que su nombre siga encendiendo la alegría de millones de personas, desde La Habana hasta Nueva York, desde Madrid hasta Buenos Aires. Su voz se convirtió en herencia, en raíz, en un lenguaje emocional que conecta a generaciones enteras.

El encuentro: Madrid, 1995

A Celia Cruz la conocimos mi hermana y yo en Madrid, allá por el año 1995, durante un especial de fin de año de Televisión Española. Ella era la invitada estelar. Para nosotros, que crecimos admirando su arte desde la distancia, verla de cerca fue casi como encontrarnos con un mito viviente.

Nos acercamos con timidez y respeto. Allí estaba, la mujer que había puesto a bailar a medio mundo, rodeada por su inseparable Pedro Knight y su representante Omer Pardillo, guardián de su legado. Pero lo que más nos impactó no fueron los brillos del vestuario ni el aura de leyenda que la acompañaba, sino su profunda sencillez. Nos saludó con cariño, sin prisa, sin egos. Nos habló como una cubana más, con ese tono cálido y cercano que solo tienen quienes conservan su humildad intacta, aun cuando su nombre ilumine marquesinas internacionales.

Aquel breve encuentro confirmó algo que ya intuíamos: Celia era tan grande fuera del escenario como encima de él.

Celia y la salsa: una embajadora cultural

En el amplio universo de la llamada salsa, ningún nombre ha brillado con tanta intensidad como el de Celia Cruz. Si bien su carrera abarcó una enorme diversidad de géneros afrocubanos, su presencia se volvió icónica en la salsa, donde logró una hermandad única con músicos hispanos de todas las procedencias. Puerto Riqueños, dominicanos, venezolanos, colombianos, todos la consideraban suya. Pero Celia nunca ocultó su raíz: era cubana, profundamente cubana, y desde esa cubanía construyó puentes musicales hacia el resto del mundo.

Esa capacidad de unir culturas a través de su voz explica, en buena parte, por qué se convirtió en la principal representante de la música de Cuba en la diáspora. Allí donde sonaba Celia, sonaba también La Habana.

El honor de acompañarla

Años después de aquel encuentro en Madrid, tuve la enorme fortuna de acompañarla en el programa “Séptimo de Caballería”, conducido por el cantante Miguel Bosé. Formar parte de la orquesta que la respaldó aquella noche fue un privilegio que guardo con enorme gratitud.

Verla trabajar de cerca fue revelador: disciplinada, enfocada, entregada en cuerpo y alma a cada nota. Nunca quiso cantar doblando; para ella, el directo era sagrado. Su energía era la de una artista incansable, una profesional que no conocía el cansancio ni las medias tintas.

La alegría hecha música

Celia Cruz no solo mantuvo viva la esencia de su país en cada interpretación; también les regaló alegría a millones de seres humanos. Sus canciones resonaron en fiestas familiares, en clubes nocturnos, en conciertos multitudinarios, en discos que viajaron en maletas de emigrantes, en radios encendidas en cualquier esquina de América Latina y en la televisión que la convirtió en una presencia habitual.

Era una fábrica de luz. Donde ella cantaba, la tristeza se hacía a un lado. Su música tenía el poder de transformar el ánimo, de levantar el espíritu y de recordarnos que la vida, incluso en los momentos más duros, merece bailarse.

El legado y el dolor silenciado

La historia, le guste a quien le guste, la recogió. Y la seguirá recogiendo. Libros, biografías, ensayos, tesis universitarias y artículos continúan escribiéndose en su memoria. Cada generación la redescubre, cada músico la reverencia, cada cubano en el exilio la siente como una madre simbólica, una representación de lo que fuimos y de lo que seguimos siendo en la distancia.

Celia Cruz también cargó un dolor profundo: el de no poder regresar a Cuba. Muchos conocen ese sufrimiento, pero solo ella llevó a su tumba la intensidad real de ese amor truncado. Su país vivía en sus recuerdos, en su acento, en sus pregones, en su música. Cuba viajaba con ella en cada escenario, aun cuando el suelo de la Isla le estaba prohibido.

Eterna en la memoria

Hoy, tantos años después de su partida física, Celia sigue presente. Sigue siendo reina. Sigue siendo Cuba. Sigue siendo alegría.

Porque si algo dejó claro la vida de Celia Cruz es que las estrellas verdaderas no mueren: continúan iluminando desde lo alto, guiando a quienes seguimos creyendo en el poder de la música y en la belleza de las raíces que jamás se olvidan.

¡Azúcar, Celia! Gracias por tanto.

¡Recibe las últimas noticias en tus propias manos!

Descarga LA APP

Deja tu comentario

Te puede interesar