Vuelve a España el fútbol y los bares y esto puede convertir a Pedro Sánchez en Caudillo para la Eternidad, lo que confirma que no hay bien que por mal no venga, como podría haber dicho, qué sé yo, Emil Cioran. Para un español regresar al bar es como entrar en casa. O tal vez sea al revés. Lo importante es que si los bares están abiertos, el mundo volverá a ser un lugar habitable, y volveremos a beber cerveza recién tirada y a la temperatura perfecta, después de esta larga travesía en el desierto bebiendo algo a medio camino entre la ensalada templada y el pis de gato. No creo que sea necesario insistir, pero la cerveza caliente es un repulsivo natural del hombre, mucho más eficaz incluso que el AK-47, o el spray antivioladores. Con fútbol –o sea, cuando juegue el Real Madrid–, con cerveza fría y con el aroma de las viejas tabernas, podremos al fin reunirnos y recitar con renovado entusiasmo el salmo los borrachos de Dave Barry: “El mejor invento de la historia de la humanidad es la cerveza. Bueno, reconozco que la rueda también es un buen invento, pero no va tan bien con la pizza”.
Dicen que el semanario holandés Elsevier Weekblad ha llevado a su portada una feroz crítica a los españoles, caricaturizados en una ilustración a toda página como unos tipos que se pasan el día borrachos en los bares, bohemios que tocan la guitarra en la calle y chicas guapísimas que presumen de cuerpos esculturales en las redes mientras disfrutan de piscinas. La he visto y no estoy seguro de dónde está la ofensa, pero sí la envidia. Llevamos toda la vida en la Vieja Europa y estos chicos de los Países Bajos, que si no les ha afectado más el coronavirus es porque ya casi no les quedan abuelitos, que llevan años cepillándoselos en eso que llaman irónicamente hospitales, todavía no comprenden a los españoles: lo único que ocurre es que no profesamos adoración al trabajo como toda vuestra caterva de cretinos inspirados por el protestantismo pero exhalados en la depravación profesional y puestos hasta las cejas de hachís en cafés donde ni siquiera tiene la emoción de ser ilegal. Un abrazo, Johan Cruyff.
Holandeses aparte, España sin bares es más triste que Scarlett Johansson con burka. La incompetencia y las mentiras de los comunistas chinos lograron la mayor catástrofe que le puede suceder a mi país desde la Guerra Civil: el cierre de bares y pubs. Algunos llevamos años advirtiendo de los riesgos de esta ideología totalitaria, y ahora también cervecicida y barfóbica, y hemos sido ignorados hasta que se ha consumado la tragedia. Ahora que cientos de millones de cervezas se han dejado de servir en España, ¿qué tenéis que decirme? ¿Qué, sobre este genocidio etílico? La venganza de los españoles se servirá fría, como una buena Estrella Galicia. Por el momento estamos sopesando celebrar los próximos sanfermines en el complejo Zhongnanhai, sede oficial del Partido Comunista de China, soltando los toros sin previo aviso. He pensado un título genial para el evento y suena como un ciclo de conferencias organizado por José María Aznar. Se llamará “Cornadas por la Libertad”.
Tras la venganza, volveremos a retomar los bares con tal entusiasmo que hasta olvidaremos que parecemos tontos con estas máscaras a medio camino entre El Zorro y un dentista hindú del extrarradio de Madrid. En el bar recuperaremos nuestra personalidad, podremos reírnos de todo un poco y retomaremos el noble arte hispano de la discusión. En España sabemos que es de mala educación hablar de política o religión mientras se come, por eso cuando nos acodamos en la barra renunciamos al pincho de tortilla y nos entregamos con vehemencia a las copas y la discusión, llegando a las manos si es necesario, entre los aplausos y vítores de todos los presentes. Después nos reconciliamos y nos juramos amistad eterna, y finalmente, antes de pagar la cuenta, es cuando nos damos bofetones con toda la mano abierta para evitar que nos inviten, ofensa mucho mayor que ser de la ideología opuesta.
El bar es una institución en España. Por lo que representa, por historia, y por cómo forja nuestro espíritu. Por el fin de la España entristecida, por la música en directo, por el calor del amor de Gabinete Caligari, y por tantas cosas que debemos a los pubs y a los que nos sirven la cerveza a la temperatura de Neptuno, es el momento de estar junto a esos emprendedores que tienen que volver a empezar, lidiando tanto con las normativas del Gobierno, del Ayuntamiento y hasta de la prima holandesa de Christine Lagarde, como con la histeria y las manías de la gente; que en materia de incultura sanitaria, el cliente del bar es el nuevo psicópata, entregado cada uno a sus delirios anti contagio con el frenesí con el que antaño se entregaba a las infinitas modalidades del café con leche. Tenemos una manera de ayudar a que los bares vuelvan a brillar en todo el mundo, y es visitarlos, celebrarlo, y por encima de todo, no dar demasiado el coñazo.